lunes, 25 de enero de 2010

El paro me mueve

Hoy he ido al paro. No voluntariamente. Justo después de una entrevista de trabajo, en la cual me pedían que yo pusiera la cama. Me gusta dormir con Marta, y con nadie más.
Fui a la oficina que me toca por mi código postal. Ahora no recuerdo cuál. Me esperaba unas colas interminables. No vi colas. Sólo rabos. Todos al final de la espalda. Incluso oí algún rebuzno.
No sé si era la luz de los lánguidos fluorescentes o la penumbra de los grises funcionarios, pero el espectáculo era triste. Muy triste. "Tiene que estar inscrito en demanda de trabajo, y coja número en el botón A y B antes de que se acaben". Así hice. Unas gafas pegadas a una chica pizpireta me preguntaban si tenía moto. Estuve a punto de contestar que no... que llevaba el casco por si venían los antidisturbios, pero, para qué. La interrumpió una compañera, algo más mayor, ajada y con el surco perfectamente definido en el dedo índice del boli bic, que si bajaba a desayunar. "Después de antender a este señor". ¿Señor? Hija puta. Me despachó en 5 minutos. Yo estuve esperando 1 hora. Bajé a la zona de información. Me informaron. Una vez informado, me mandaron a otra zona. Para desinformarme, entendía. Así todo volvía a empezar. Pero no. Era para tramitar mi subsidio.
Me senté como en la visita al dentista. Contando con la lengua todos los dientes... por si era la última vez que los tocaba así. Un ADN cayó en mis manos. Usado. Mucho. Me aburrió rápido, y sin levantar la cabeza del periódico, empecé a escuchar el rumor de los otros rabos. Eran penosas y catastróficas historias que hacían la mía menos mala. Me alegré. No de las suyas. Me alegré de que la mía no fuera tan mala. La perspectiva se pierde cuando no tienes a alguien que te haga de horizonte. En el horizonte se veían a personitas vestidas con el mismo garbo que gozaba sus andares. Un caballero funcionario especialmente llamó mi atención. Dudo que en cuatro días se hubiera duchado. Incluso podría jurar que vi cómo su escaso pelo cortaba el aire. Literalmente. Como el limón a la leche. Después de inventarme las vidas de todos ellos (yo seguía con un horizonte de puta madre), finalmente en la pantalla apareció el 108. El mío. Me dirigí a una mesa donde un gnomo, amable como David, me arregló el paro. Ya sé cuánto cobraré y durante cuánto.
Cobraré justo lo que no merezco durante el tiempo que no espero.

Por cierto, hoy han contratado a no sé cuántas decenas más de expertos para nuestro gobierno.
Mi horizonte ya no es tan bueno.